martes, 13 de noviembre de 2012

SEGUIMOS CON LAS VIVENCIAS


1953, fue el año que nos abandono "la yaya velleta", Dª Amalia, se fue extinguiendo hasta su final inevitable, no tengo ningún registro de sus últimos momentos, la  recuerdo, eso si, acostada supuestamente impedida por la falta de animo suficiente para levantarse , es de suponer que nos evitarían vivir escenas o situaciones que pudiesen dejar algún tipo de impresión negativa en nuestras mentes.
 
Las circunstancias reinantes era de verdadera precariedad como en el noventa por ciento de las familias de la época, ahora con el paso de los años las califico mas bien con matizaciones de  pobreza en algunas de sus facetas, ropa remendada, casi toda la gente la usaba a  diario plagada de remiendos y zurcidos, eran evidentes porque casi nunca aquellos apedazados coincidían con el color original de la pieza remendada, los zapatos pasaban también por infinidad de remiendos que las hábiles manos de los zapateros-remendones,  en la época abundaban por doquier, me viene a la memoria el Sr. Juan, remendón instalado en la calle Botigues de la Sal, como decía, eran verdaderos artistas en dejar cualquier zapato en orden de servicio nuevamente.

La reposición y compra de comestibles era otra odisea, la cual tengo muy presente ya que en muchísimas ocasiones acompañé al yayo recorriendo las paradas y tiendas habituales, íbamos provistos de un gran cesto, o por lo menos a mi me lo parecía, en el mercado municipal la visita habitual por no decir obligatoria era en la parada de verduras de la Sra. Pepeta, su consuegra, se producía primero el intercambio de oferta del producto y   su precio, seguía el yayo con el obligado regateo tanteando equilibrar a su favor el mismo combinando la cantidad de la posible compra, si se podía, pasábamos por la parada de la carne, "les troselleres" vecinas del barrio del Rastre, me refiero a les "burreres", eran realmente lo que llamamos "casqueria", también empleaba el mismo sistema de compra, si había "alegria crematistica" en el bolsillo seguíamos la visita a la parada de "les marmaneus" Sras. Mercedes, Emilia y Cinteta" estas ya eran verdaderas carniceras, alguna vez, mas bien pocas, visitábamos la parada de carne de la "tía Pepa", hermana de la otra yaya Cinta, cuando las vituallas ya iban colmando el cesto, el yayo siempre decía "vámono pá casa Jorgito", en otras ocasiones íbamos de compra a la "botigueta de casa Roseta", regentada por ella y otra hermana, dos beatas que solo hablaban de asuntos místicos, una vez les llevamos un sobrecito con polvo procedente de Tierra Santa, según decían, nada más entregárselo lo abrió y exclamando "pols de Terra Santa en Gracia de Deu" y de un bocado se tragó todo el contenido del sobre, casa Barjau era la tienda del barrio  la cual era la típica tienda de "socorro", era visitada para efectuar las pequeñas compras de faltas puntuales combinada también con casa "Manolo lo Ros" taberna donde comprábamos, vino, bermout y los sifones, al horno de "Blasa" acudíamos para comprar el pan, muy cerca de la plaza casi al comienzo de la calle, tenia  su local el señor que manipulaba aceitunas para darles distintos sabores "Tosa" creo que era su apodo, la tiendecilla de "casa la Neria", donde se vendía agua natural a cantaros, chocolate de "pedra" que lo podíamos comprar a "onzas o medias onzas" eran dos cuadritos o cuatro cuadritos de aquel riquísimo chocolate duro que solíamos comer para la merienda acompañándolo con una buena "llesca" de pan de "pagés", el tipico "sabó moll", de fabricación casera una especie de grasa de color marrón, fabricada a base de sosa cáustica mezclada con aceites sobrantes del uso domestico, muy utilizado en la época ya que las ropas eran lavadas a mano y el producto era ideal para dejar con un acabado limpio de manchas  en las ropas y las blancas con un blanco deslumbrante, viene a cuento hablar de les "bugaderes" señoras que lavaban ropa manualmente por encargo, lo hacían en los lavaderos públicos, lugares habituales donde coincidían varias de ellas juntamente con otras señoras que lavaban sus propias ropas, recuerdo uno de estos lavaderos ubicado en la entrada del barranco del Rastre al pie mismo de las murallas del Bonete, la señora Carmen "la pistoles" era una de aquellas señoras que hacían este trabajo tan pesado físicamente, la recuerdo siempre cargada con cestos enormes uno en la cabeza y otro apoyado en la cadera,  llenos de ropa blanquísima doblada y planchada lista para entregar a su propietario,   guardo un inmenso cariño de ella y  de su hijo Paquito un poco mayor que yo, el cual siempre se ofrecía para cuidarme y llevarme con él en el cuadro de su bicicleta, magnificas personas madre e hijo, sigo, otra de las formas para ganarse miserablemente cuatro cuartos, consistía en acarrear cantaros de agua potable procedente de las fuentes publicas y repartirla por los pisos y viviendas de personas que tenían interés en evitar hacerlo personalmente, el reparto de carbón a domicilio era otro menester que se hacia, "Sigró" era  el habitual en este caso, era muy típico encontrarte al "arreglacosis" "paraigüero", sentado en el mismo bordillo de la calle, con sus exiguas y simples herramientas conseguía juntar las piezas rotas de "les olles, greles de zinc y ribells" para dejarlos casi perfectos, unos verdaderos artistas, no me olvido de los "limpiabotas" los itinerantes, los fijos y los internos, cada uno en su ubicación habitual, los "quincalleros" recogían todas las miserias que una sociedad empobrecida podía desechar, en verano el carrito de los helados, "aigua llimoná, cebada, los mantecados o "chambi" el "mantecauero" iba empujando su carga bajo un calor bochornoso, el barquillero cargado con su tonel en las espaldas iba pregonando su venta, el carrito del "cacauero" concretamente recuerdo el mas antiguo, el del Sr. Pepe, vecino del rastre y paisano de Xátiva era su propietario, en la tienda del Sr. Pepito el del "el Barato", el yayo nos compraba ropa, la anécdota para este caso la sitúo en el tiempo, fue agraciado con un premio de la lotería nacional, su alegría era demasiado, fuimos con mi hermano Miguelito y le pidió al sr. Pepito que nos vistiese completamente, hasta los cinturones de cuero, tengo fijado este detalle ya que en mí causó un verdadero impacto emocional, era la primera vez en mi corta vida que nos  sucedía aquello,  entrábamos vestidos con ropas usadas y salíamos  equipados, en la zapateria de casa Adam en la calle san Blás, allí trabajaba la tía Carmen, nos compró las sandalias que lo acabaron de completar, por ciento que aquel cinturón me duró años y años. 

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